Isidro del Moral
Socio
Bird & Bird
Si usamos la tecnología para casi todo en nuestro día a día, ¿por qué no emplearla también en la construcción de los edificios en los que vivimos y trabajamos? Dentro de un par de años costará pensar que durante mucho tiempo no existieron aparcamientos públicos en los que con una simple luz verde o roja podías rápidamente adivinar hacia dónde dirigirte y encontrar un espacio libre para aparcar tu coche, evitando así vueltas y maniobras, pero sobre todo consumo y emisiones de CO2. Mejoras tecnológicas sencillas pueden tener enormes efectos.
En la actualidad, en la que la seguridad, la sostenibilidad, la eficiencia y el ahorro energético y, con ello, la protección del medio ambiente, son temas sensibles en nuestra sociedad, la tecnología es una herramienta esencial para lograr que nuestros inmuebles sean, no solo una inversión rentable, sino que sean también eficientes y ecológicos, y reporten así el oportuno bienestar a las personas que los usan.
Dicha tecnología, comúnmente conocida como domótica, permite el control y automatización de los sistemas e instalaciones de un inmueble: Si a un edificio en el que su diseño haya sido concebido para aprovechar al máximo posible la iluminación natural, con zonas verdes que ayuden a purificar el aire y regular la temperatura y, además, que se alimente de energías renovables a través de, por ejemplo, la instalación de placas solares en sus ventanas, le añadimos un control efectivo de accesos, un circuito cerrado de televisión, luminarias y sensores inteligentes capaces de detectar movimiento, un sistema avanzado de climatización, y conectamos todos estos elementos a un centro de control, podremos gestionar de forma integrada el edificio, consiguiendo así que funcione de forma eficiente y que las necesidades de quienes lo ocupan sean atendidas de manera personalizada.
La cuestión relevante es que, si lo dotamos además de inteligencia artificial y de la capacidad de tomar en cada momento la decisión que se presuma más idónea, ese edificio podría gestionarse por sí mismo. El edificio pasaría de esta forma a ser responsable de su propio grado de eficiencia, del ahorro energético, de la optimización de sus sistemas y del bienestar de sus ocupantes. Pero, sobre todo, pasaría a ser responsable de su propia seguridad y de la de sus usuarios.
Las implicaciones jurídicas son enormes, por cuanto aparece un nuevo ente capaz de adoptar decisiones y, necesariamente, de poder ser responsable de las consecuencias de esas decisiones que adopte. No es ciencia ficción, ya ocurre con los vehículos autónomos, que deciden ruta, velocidad y cómo respetar las normas de circulación y que, lógicamente, pueden verse implicados en un accidente si las decisiones adoptadas no son las correctas o las que cabría esperar si su prudencia o falta de ella fuese otra. Algunos países ya están decidiendo si tales vehículos pueden circular y en qué condiciones.
La Unión Europea está estudiando el impacto de todo ello en la normativa, sus efectos jurídicos, y valora si los robots podrán ser algún día –y eso es justo lo que se plantea la UE- sujetos de derechos y obligaciones, o dicho de otra forma, personas (necesariamente jurídicas, claro está). Así es, aunque pueda parecer a priori que no tiene sentido. Requiere dar un salto mental para concebirlo, pero no mayor que el que hace siglos hicieron los juristas para dotar a las sociedades –entes inmateriales- de personalidad jurídica, esto es, sujetos de derechos y obligaciones, algo que hoy cualquiera entiende y ve con la mayor naturalidad. Avanzamos en esa dirección, y la inteligencia artificial dotada de capacidad de decisión será posiblemente en un futuro cercano un sujeto de derecho si atendemos a lo que los expertos nos anuncian. En este punto, nos podemos plantear si un edificio dotado de inteligencia artificial, y con capacidad por tanto de tomar decisiones sobre su propio funcionamiento y la seguridad y bienestar de sus ocupantes, no es sino un robot en el sentido antes mencionado (al igual que el automóvil autónomo o el sistema que controla una cadena de montaje; no pensemos solo en C3PO), al que se le instalaría en un cuerpo de acero, hormigón y cristal, y que tendría capacidad para aplicar sus propios criterios de seguridad, ahorro o acceso, y al que, en contrapartida, se le pudiera exigir la oportuna responsabilidad por ello si de esas decisiones erróneas se deriva un daño económico o material.
Insisto, no es ciencia ficción, ni hemos perdido el buen juicio. Basta leer noticias referidas a la robótica para saber que eso es lo que se avecina y que debemos ir adaptando nuestros esquemas a semejante panorama. Probablemente no falta tanto. Es preciso ir asumiendo esa posibilidad y que los juristas vayamos anticipando que en los próximos años cambiarán el perfil de los problemas a considerar en la compra o tenencia de un inmueble y, en algún momento, reconsiderar hasta quienes puedan ser nuestros clientes.
Isidro del Moral
Socio
Bird & Bird